No tuve el parto que soñaba, pero tuve el mejor parto que podía soñar.

No tuve el parto que soñaba, pero tuve el mejor parto que podía soñar.

Después de varios intentos de FIV, el 31 de mayo nos confirmaron que estábamos embarazados. Los niveles de GCH eran elevados, rondando los 600, por lo que pregunté si era posible que el embarazo fuera doble. No, no puede ser; es uno “bien puesto”, me dijeron.
Hasta la semana 7 no me harían la primera ecografía y yo, que soy de natural impaciente, decidí hacer una por mi cuenta en la semana 5. Y, oh, ¡sorpresa!, efectivamente había dos bolsas y dos bebés. Tener gemelos o mellizos era algo que habíamos valorado y hasta nos parecía el plan perfecto ya que no queríamos tener un solo hijo, pero cuando te lo confirman, hay que asimilarlo. Todo se complica.

El primer trimestre no fue fácil. Abortos previos, FIV, embarazo múltiple y madre “añosa” (con mis lustrosos 37) dibujaron un embarazo de riesgo por lo que hasta la semana 12 el miedo fue la emoción predominante. Cuando consigues un embarazo en un proceso de reproducción asistida la consciencia de que las cosas pueden no salir bien es mayor que en un embarazo natural. Pasé esas semanas en una especie de parálisis, esperando a confirmar que todo evolucionaba positivamente.

Además, físicamente me encontraba agotada y aunque tenía un hambre voraz, comer me sentaba regular, por lo que frecuentemente el malestar era importante a lo largo de los días.
En la ansiada ecografía de la semana 12 nos confirmaron que todo iba perfectamente y al salir de aquella habitación la sensación de alivio fue inmensa; fue la primera vez que lloré de emoción, de felicidad. Hasta ese momento no había sentido alegría. El miedo no me lo había permitido. A partir de ese momento empecé a vivir el embarazo plenamente.

En un embarazo múltiple todo es más extremo, se nota antes y más intensamente. En la semana 20 ya estás como de 30 en un embarazo normal. Durante el segundo trimestre hice yoga, caminé y comencé la fisioterapia enfocada al parto, pero en el tercer trimestre tuve que bajar mucho la actividad física.
Estaba muy pesada, muy poco ágil y con una retención de líquidos es-pec-ta-cu-lar que me complicaba muchísimo el día a día. Dormí mal desde la semana 25 y a partir de la 30 poco y fatal. Engordé 30 kilos.


En resumen, físicamente, la verdad, he tenido momentos mejores, el embarazo no es cómodo, pero a la vez, me encantó tener esa tripa enorme y lucirla sin complejos, sentir como se movían mis nenas, intentar adivinar cuál de las dos era la que daba cada patada y saber que dentro de mí se estaba generando VIDA de forma trepidante. A cada instante algo nuevo pasa, crece, evoluciona… y eso es emocionante.

Soy una persona curiosa, que disfruta aprendiendo y con tendencia al control, por lo que tenía claro que quería informarme de todo y ser la protagonista, junto con mi marido, de todas las decisiones relacionadas con nuestro embarazo, parto y paternidad. Ya antes de quedarme embarazada seguía a Paula en redes sociales y me gustaba la manera clara y basada en evidencia con la que lo explica todo por lo que tuve claro que me apetecía formarme con ella.
Mi marido y yo hicimos todos los cursos y talleres posibles en Baby Suite. Sí, TODOS. Y creo que gracias a eso tuve una experiencia de parto fantástica. El parto en sí, pues no tanto.
Con María hicimos la preparación al parto de donde salimos empoderados, teniendo claro qué debíamos esperar, cómo iba a ser y qué podíamos decidir de forma activa, sin vergüenza ni miedo.
Cayetana me ayudó con la preparación física, los pujos, las respiraciones, el masaje perineal… Lorena nos enseñó las caritas en las eco 5D y con Nazaret nos preparamos en hipnoparto, que me ayudó a vivir el embarazo y a concebir el parto de forma muy positiva, a sentirme capaz, segura y poderosa para parir.


ELABORAMOS UN EXTENSO PLAN DE PARTO. 25 PUNTOS EXACTAMENTE


 

Plan de parto que llevamos en la visita que sobre la semana 25 hicimos a la matrona del hospital en el que daríamos a luz. Plan de parto que nos dijo que no era posible.

Sus palabras fueron:


“me da mucha pena decirte esto, porque estoy muy de acuerdo con todo lo que me has propuesto y poca gente viene tan bien informada y preparada, pero un parto múltiple, por definición, no es un parto normal, es de riesgo, y la mayoría de las cosas que quieres no las vamos a poder hacer.”

Nada de monitorización en movimiento, nada de expulsivo en cuadrupedia, nada de corte tardío del cordón, ni hablar de que mi marido fuese quien cortase el cordón, expulsivo en quirófano, la epidural prácticamente obligatoria… Aquello fue un disgusto. No iba a poder tener el parto que soñaba y para el que tanto me había preparado. Pasé un par de días contrariada, frustrada y triste. Rápidamente cambié el chip. La situación era esa, escapaba a mi control, y lo importante era que el parto fuera bien, vivirlo con mi pareja y disfrutarlo.

El 23 de diciembre me hice la analítica del tercer trimestre y el 27 vi a mi ginecóloga, que dijo algo así
como: “bueno, si tienes que venir la semana que viene, está todo listo y todas las pruebas hechas”. Yo pensé, cómo voy a venir la semana que viene, si salgo de cuentas el 5 de febrero. Pues no se equivocaba. El 30 de diciembre fui a mi sesión de fisio con Caye y apenas me podía mover, casi tenemos que llamar a los bomberos para levantarme del suelo, pero yo no sospechaba nada. Parece ser que era la única. Llevaba varias semanas así y me había mentalizado de que así sería hasta el final, así que me acosté pensando que al día siguiente por la mañana nos íbamos a Aranjuez a pasar la NocheVieja y a estrenar un modelito de lentejuelas (tipo Rapel, para que me cupiera la barriga). Mi preocupación era si podría calzarme porque tenía los pies hinchadísimos.

Como venía siendo habitual, dormí poco, mal y en el sofá y sobre las 7:30 de la mañana me metí en la cama. Después de colocar los 7 cojines con los que dormía, al más puro estilo Jesús Gil, y dar 2.500 vueltas, me dormí unos minutos y me desperté pensando: “vaya, qué mala suerte, ahora me hago pis”.
A las 9:00 me levanté al baño. Al hacer pis me di cuenta de que aquello no era tal y con una calma que a mí misma me sorprendió salí del baño y le dije a mi marido: cariño, he roto aguas. Se levantó de un salto de la cama y me preguntó, ¿qué hacemos? (en realidad dijo otra cosa que no sería apropiado reproducir aquí).


No tenía contracciones y el líquido era transparente, así que nos duchamos, preparamos la bolsa de las niñas y la mía, que no estaban listas porque no esperábamos que se adelantara tanto, pero para las que sí tenía preparada una lista en base a los videos de Paula en su canal de YouTube, y a las 11:00 estábamos en el hospital. Me sorprendió la cantidad de líquido. En casa, tanto en wc, como en la ducha, había liberado bastante, pero cuando me bajé del coche tenía los pantalones empapados. Es una sensación bastante incómoda.

En la primera exploración me dijeron que efectivamente había roto la bolsa, pero que el cuello del útero estaba cerrado, que íbamos a esperar a ver si empezaba con contracciones de manera espontánea y si no, induciríamos el proceso ya que estar demasiado tiempo con la bolsa rota es un riesgo. En ese momento, inocente de mí, pregunté si podíamos intentar que el parto fuese el día 1, ya sabéis que con el cambio de año los padres tienen un mes más de baja, y es un tiempo que con mellizas se agradece el doble. La respuesta fue que siendo primeriza no iba a ser rápido, pero que llegar al día 1 iba a ser complicado.

La zona de paritorios estaba muy tranquila, nos llevaron a la habitación y aunque habíamos pensado no avisar a la familia para estar 100% centrados en el proceso, siendo el día de fin de año iba a ser difícil no dar señales de vida, así que informamos a nuestras familias de que ya estábamos de parto.

Esas primeras horas fueron muy tranquilas, sin ningún síntoma ni dolor. Al tener dos bebés que monitorizar no fue posible utilizar equipo inalámbrico, por lo que aunque podía moverme un poco alrededor de la cama, estuve tumbada y aprovechando para anular la cena y el hotel que habíamos reservado para esa noche. Sobre las 13:00 la primera matrona que nos atendió vino a decirnos que parecía que comenzaban contracciones espontáneas, así que íbamos a dejar que el proceso siguiera su curso. Todo parecía ir de maravilla, pero según pasaron las horas, las contracciones seguían siendo irregulares y de baja intensidad, y con el reloj de la cuenta atrás de la rotura de la bolsa en marcha,
decidimos suministrar prostaglandina a las 16:45. Habernos preparado y saber qué opciones teníamos, para qué servía la prostaglandina, qué proceso iba a desencadenar… nos proporcionó una estupenda sensación de “control” de la situación y la seguridad de que lo que íbamos a hacer nos parecía lo correcto.


Como a la media hora de haber administrado la prostaglandina comencé a notar contracciones. La verdad es que yo esperaba que el dolor se concentrara más en el pubis, pero era en el coxis donde se concentraba el dolor que se me hacía más incómodo. Sobre las 19:00 a mí me parecía que las contracciones ya eran bastante dolorosas, pero la segunda matrona insistía en que no estaba de parto.

Intenté caminar, pero el edema de las piernas era tan exagerado que caminando estaba peor (yo que había pensado estar toda la dilatación paseo arriba, paseo abajo), la pelota que me facilitaron era una talla demasiado pequeña para mi así que entre eso la poca libertad de movimiento por los cables, la utilicé un rato haciendo los ejercicios que había aprendido con Cayetana, pero no me aliviaba demasiado. Finalmente decidí tumbarme. A las 21:00 solicité algún tipo de ayuda para el dolor, pero la matrona me dijo que como no estaba de parto no podía facilitarme nada. En ese momento, como a mí me parecía que sí estaba de parto, decidí comenzar las respiraciones y visualizaciones que había practicado en hipnoparto y al cabo de un rato conseguí sentir las contracciones mucho más controladas y el dolor más soportable.

Cuando estaba ya completamente concentrada y lo estaba llevando bien, a las 23:00, la matrona entró en la habitación, me exploró y me dijo: “estás de 2cm, te vamos a poner la epidural”. Por unos segundos me vine arriba y me planteé rechazarla, estaba controlando el dolor, pero inmediatamente pensé que iba a ir a más y que después de todo el día ya estaba muy cansada, además, si había alguna complicación (más común en partos gemelares) tendrían que ponerme anestesia general y me lo perdería todo, así que decidí que era un momento estupendo para ponérmela.

Vinieron dos anestesistas, a uno de ellos lo conocía de la charla previa sobre la Epidural que nos habían ofrecido en el hospital, lo que me resultó reconfortante. Me lo explicaron todo muy bien y el enfermero que me sujetaba, del que no sé su nombre, me tranquilizó con una paciencia y una ternura que nunca le podré agradecer lo suficiente. En media hora ya no sentía dolor. Pasaron las 24:00 y a las 01: 23 ya había
dilatado 5 cm. “La cosa marcha” pensé, pero no. A partir de ahí la dilatación fue más lenta. Pude dormir plácidamente porque no había dolor, pero estaba muy, muy cansada. En realidad quería que nacieran el día 1, pero a las 24:01 me hubiera servido, no me hacía falta que llegaran tan avanzado el día, como veréis.


A las 7:30 de la mañana ya había dilatado los 10 cm, pero el cuello del útero no estaba borrado completamente, así que había que esperar. Un poco más. La segunda matrona terminó su turno y yo no estaba lista. Y llegó Ana, la tercera matrona. Me explicó que el canal de parto tiene 4 pisos y que la cabeza del primer bebé debía bajar hasta el primero para poder salir y que estaba en el 4. Esperamos a ver si bajaba de forma espontánea, pero no fue así. Ya sobre las 9 tuve que comenzar a utilizar los bolos de epidural, había pasado mucho tiempo desde que me la administraron y el dolor volvía a ser intenso.

A las 11:00 Ana me propuso comprobar mi forma de pujar y me preguntó: “¿quieres intentar un parto vaginal, verdad? No quieres cesárea.” Le respondí que sí, que me había preparado para eso y fue ahí cuando puse en práctica todo lo aprendido en las clases de preparación al parto con Cayetana y resultó que tanto “empollar” mereció la pena. Ana me dijo que pujaba fenomenal, lo comentó con la ginecóloga y decidieron que íbamos a empezar a empujar para ayudar a bajar la cabecita. Antes, llamó a los anestesistas de nuevo para que me administraran un refuerzo de anestesia, en este caso ya no epidural, para que pudiera mantener la fuerza y el control de las piernas para pujar.

Comencé a empujar siguiendo las instrucciones de Ana, con ayuda de mi marido y a ratos también de la ginecóloga. La paciencia, serenidad y dulzura con las que Ana me guió fueron maravillosas y agradecí taaanto haber practicado pujos y respiraciones… Después de tres horas empujando, Ana dijo: “enhorabuena, chicos, lo has conseguido, vamos a tener un parto vaginal”. ¿¿¿¿Qué????, le pregunté yo, “¿que hasta ahora no lo tenías claro?”, a lo que me respondió: “no, hasta ahora el escenario era una cesárea porque la niña no había bajado, pero has conseguido bajarla y ya está donde debe. Vamos a empujar uno poco más y nos vamos a quirófano”.

Una hora después a eso de las 15:00 me llevaron a quirófano. Creo que el camarote de los Hermanos Marx era un lugar poco transitado comparado con aquel quirófano: 6 sanitarios de neonatos, 3 anestesistas, 3 ginecólogos, una enfermera, el celador, Ana y seguro que alguien más que no recuerdo. (algo que no me importó, entendí que un parto gemelar es considerado de riesgo y agradecí todo ese
despliegue para ayudarme. Pero intimidad, lo que se dice intimidad, no había).


Mi marido no entró conmigo. En las cesáreas de urgencia no permiten acompañante y no dejan pasar a la persona que te acompaña hasta que no tienen claro que no habrá cesárea.

La ginecóloga que había ido siguiendo el proceso no era la que al parecer estaba al mando en el quirófano. La batuta la llevaba un ginecólogo que no estaba muy por la labor de que fuera un parto vaginal. Cuando pregunté por qué no entraba mi marido y alguien fue a buscarlo, pero este señor dijo: “no, espera, espera, vamos a ver, que no entre todavía”, entendí lo que pasaba. Ana y la ginecóloga le dijeron: “que no, que no, que puja muy bien, de verdad, que llevamos todo el día con ella”, él me dijo: “a ver, vamos a probar”, con tan mala suerte que con el cambio de postura el pujo lo hice fatal. Le vi la cara de “¿en serio? Con este panorama queréis intentar un vaginal?” y rápidamente le dije: “espera,
espera, lo intento otra vez, que en esta postura no puedo”. Esa segunda vez lo hice mejor y accedió.

Entró mi marido. Ana me siguió guiando y entre pujo y pujo, le pregunté a la ginecóloga: “ya sé que con el primer bebé no, pero si todo va bien, con se segundo podemos hacer corte tardío de cordón?”.

Respuesta: bueno, lo vamos viendo. “Vale, y ya sé que con el primero no, pero con el segundo si todo va bien, puede ser mi marido quien corte el cordón?”. Respuesta: “bueno, vamos a ver cómo vamos y si se puede, vemos”, la pregunta de si me podían traer un espejo para poder ver el parto me la ahorré, intuí la respuesta y, además, no había espacio para ponerlo entre tanta gente. Y, de repente, en tres empujones, a las 15:59, 31 horas después de haber roto aguas, salió mi primera nena. Hicimos piel con piel un par de minutos y se la llevaron a la mesa para revisarla.


Dejé de verla, no la oía, le pregunté a mi marido si él podía verla, me dijo que sí, que estaba bien. Mientras hablaba con mi marido la ginecóloga
se colocó encima de mi tripa, presionando. Le dije: “no quiero que hagas eso”, ella me dijo: “es para que no suba el bebé”. Mi marido y yo nos miramos, habíamos hablado que no queríamos maniobra de Kristeller. Ana me susurró al oído: “Sara, hacemos lo que quieras, pero es esto o un fórceps”, miré a mi marido y con la tranquilidad de que él estaba allí esperando mi señal para decir que no, decidí que lo
que prefería evitar era el fórceps. De repente, sentí una vibración en la tripa, muy dentro, y vi como los ginecólogos susurraban, algo no iba bien. Pregunté, pero no dijeron nada.

De nuevo me pidieron que empujara y a las 16:10 nació mi segunda pequeña. No hicimos piel con piel, solamente pude verla unos segundos. Había que revisarla rápidamente porque había sufrido en el proceso, estaba cianótica. A los pocos minutos nos dijeron que estaba bien. Y me explicaron que había estado a punto de tener una cesárea para la segunda porque venía con las manitas en la cara y no podía salir. El ginecólogo metió la mano para retirarle las manos y esa fue la vibración que noté. Ese ginecólogo que empezó el parto queriendo hacer una cesárea, finalmente fue quien la evitó.

Tras expulsar la placenta, me pusieron a las niñas piel con piel y me llevaron a la habitación.
“Enhorabuena, Sara, has hecho algo muy difícil, solamente el 20% de los partos gemelares son vaginales. Lo has hecho muy bien.” Esas palabras de Ana fueron un regalo. Después de prepárame tanto y de tanto esfuerzo, lo había conseguido, había tenido un parto vaginal. Seguramente sin su ayuda no lo hubiera conseguido, así que el mérito es compartido.

Como veis nada salió como yo había planeado, ni como me hubiera gustado, ni siquiera bien objetivamente hablando, pero salí de aquel quirófano tremendamente satisfecha. Sintiéndome poderosa, capaz, orgullosa de mi esfuerzo y de mi preparación previa y, en el fondo, pensando que había tenido un parto a mi medida, porque me gustan los retos y prefiero conseguir las cosas cuando son difíciles. Y también agradecida, a toda la gente que me ayudó a conseguirlo, antes y durante.


Tuve mucha suerte.

Hola a todos y todas. Soy Paula Camarós, matrona, mami de dos peques y fundadora de Baby Suite.

Me formé en Reino Unido, donde ejercí para el sistema público de sanidad 6 años. Estos años en un país pionero en parto respetado me ayudaron a conocer “otra maternidad”. Acompañar a cientos de familias y poder ser parte de su historia ayudándoles a traer al mundo a su bebé, en un entorno respetado y humanizado fue mi motivación para abrir en Febrero del 2017 mi centro para la maternidad. Creo firmemente en el trabajo de un equipo multidisciplinar, y defiendo y promuevo la práctica basada en evidencia.

Paula

Hola a todos y todas. Soy Paula Camarós, matrona, mami de dos peques y fundadora de Baby Suite. Me formé en Reino Unido, donde ejercí para el sistema público de sanidad 6 años. Estos años en un país pionero en parto respetado me ayudaron a conocer “otra maternidad”. Acompañar a cientos de familias y poder ser parte de su historia ayudándoles a traer al mundo a su bebé, en un entorno respetado y humanizado fue mi motivación para abrir en Febrero del 2017 mi centro para la maternidad. Creo firmemente en el trabajo de un equipo multidisciplinar, y defiendo y promuevo la práctica basada en evidencia.

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